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Beata Justina Francucci Bezzoli

Beata-Justina-Francucci-Bezzoli

Beata Justina Francucci Bezzoli, Virgen benedictina

La beata Justina Francucci Bezzoli fue una religiosa consagrada al servicio de Cristo, quien vivió durante el siglo XIV. En su vida perteneció a la Orden de San Benito, se dedicó a servir al prójimo y practicar penitencia y diversas austeridades, dando ejemplo de obediencia y devoción para toda la comunidad y los fieles. Recibió el don de curar con sus oraciones y además realizó muchos prodigios aún después de su muerte.

Su nombre secular era Francucci Bezzoli, nació en el año 1257 en la región de Arezzo de la provincia italiana de Toscana. Se desconoce la información sobre los primeros años de su vida. Se presume que fue educada en la fe cristiana y que desde su juventud mantuvo la firme decisión de consagrar su virginidad al servicio de Cristo.

Posiblemente al fallecer sus padres, tomó la decisión de ingresar al Convento de la Orden de San Benito de San Marcos, en la misma región de Arezzo. La beata Justina tenía 30 años cuando comenzó su formación religiosa. Se mostró fiel, obediente y caritativa, dando verdadero ejemplo de virtudes cristianas y de servicio para todas las hermanas.

Algunos años más tarde, la comunidad se trasladó al convento de Todos los Santos, donde la beata Justina continuó su proceso de formación religiosa. Años después de pronunciar sus votos, Justina solicitó a sus superiores el permiso para retirarse a una vida solitaria en una pequeña celda próxima a Civitela. En esta región se encontraba la ermitaña Lucía, ambas se hicieron compañía en la fe.

Se dice la celda era tan pequeña que Justina debía permanecer en pie y esta era parte de su penitencia. Pos las noches pasaba frío y era acechada por los lobos, pero nada de esto quebrantaba su voluntad, al contrario, Justina se fortalecía en la fe cristiana con cada prueba. Cuando Lucía enfermó, Justina cuidó de ella hasta su muerte. Vivió un poco más solitaria, hasta que su vista se nubló por completo y quedó ciega.

Justina regresó al convento de Arezzo donde pasó los últimos años viviendo en la práctica de la más pura austeridad y sirviendo a Dios en constantes oraciones. Con sus plegarias, Justina consiguió la curación para muchos fieles y el auxilio para los devotos que la procuraban, así como otros milagros y prodigios que se le atribuyen después de su muerte. Falleció en el año 1319. Su culto recibió aprobación en 1890.

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