
Santa Casilda de Toledo es una santa de la iglesia católica quien vivió durante el siglo XI. Su historia muestra como esta joven, princesa y descendiente de un rey cruel y perseguidor de los cristianos, nació con un profundo sentimiento de bondad en el corazón que la acercó a la fe en Cristo, y luego de conseguir el milagro de una curación, ayudó al bienestar de las comunidades cristianas y se consagró a la fe llevando una vida eremítica.
Casilda nació probablemente a comienzos del siglo XI en la región de Toledo, hija de un rey moro, llamado Almacrin o Almadún, quien era un perseguidor de los cristianos. Diferente a su padre, Casilda era una princesa tierna y bondadosa, a pesar de todas las comodidades de las cuales gozaba, sufría mucho por los necesitados que encontraba en su ciudad, y en las mazmorras del rey.
Para intentar ayudarlos, Casilda les llevaba recipientes con comida escondidos entre sus faldas. Posiblemente estos pobres hombres le hablaron a la princesa sobre Cristo y el verdadero Dios, contribuyendo a su conversión. En una ocasión, el rey sorprendió a Casilda con la comida, cuando la interrogó preguntándole el contenido del recipiente, Casilda le respondió que eran rosas, y al instante muchas rosas aparecieron.
Poco tiempo después, la princesa Casilda cayó terriblemente enferma. Los médicos del rey no podían hacer nada por ella. Entonces el rey accedió a llevarla a las aguas milagrosas de San Vicente de Catilla. Se detuvieron en Burgos donde la joven recibió el bautismo y luego fue hacia los lagos de San Vicente. Milagrosamente la joven sanó.
Esto hizo que calmaran las persecuciones contra los cristianos que ordenaba el rey. Por su parte, Casilda se consagró Virgen al Servicio de Cristo y decidió llevar una vida ermitaña, dedicada a la oración y a la penitencia.
Santa Casilda falleció anciana, en 1075. Su cuerpo fue sepultado en su eremita, la cual se convirtió en sitio de peregrinación.